En el Renacimiento se acentúan y radicalizan las actitudes medievales.
INOCENCIO VIII (1484) lanza severas campañas contra las “brujas”, haciéndolas responsables de muertes, de afligir terribles sufrimientos y enfermedades dolorosas. Una de esas enfermedades era la epilepsia, provocada “por medio de huevos cocidos con cadáveres, en especial cadáveres de brujas”. Muchos epilépticos fueron acusados de endemoniados y quemados en las hogueras de la Inquisición.
FRANCISCUS VALESIUS afirma que el demonio provoca la epilepsia entre otras enfermedades.
CESALPINO (1516-1603) dedicará un tratado al poder demoníaco (“Daemonium investigatio peripatetica”). Reconoce que muchas enfermedades se deben a causas “naturales”, como los vapores del útero o la bilis negra que se detiene en el cerebro, pero hay otros casos asignados a la influencia maligna, llamados lunáticos.
En 1602, el médico de Arlés JEAN TAXIL sostendrá que no está documentado ningún demoníaco que no sea epiléptico. La epilepsia continuará siendo un estigma satánico.
LOS ALIENISTAS FRANCESES UTILIZAN YA LOS TÉRMINOS GRAND MAL Y PETIT MAL. Aunque el grand mal parece que corresponde al antiguo “morbus maior”, no está claro para el historiador TEMKIN que el petit mal corresponda al “morbus minor”.
CALMEIL introduce el término ausencia, como variante de epilepsia pequeña, así como el de “état de mal” (status epilepticus) paralos ataques que se repiten de forma ininterrumpida. La ausencia adquiere consistencia en su división de los distintos tipos de crisis (grand mal, petit mal y ausencias).
En el año 1847 resultaba indecoroso para la Iglesia permitir ejecutar funciones eclesiásticas a los que padecían epilepsia, vulgarmente denominada Alferecía o Mal de Corazón. Según el papa Jelasio las señales de la epilepsia son: el caer en tierra violentamente con convulsiones y pérdida de conocimiento, dar gritos confusos y arrojar espuma por la boca.
PRITCHARD dedica un capítulo a la “convulsión local o epilepsia parcial” (1822) y amplia la idea de aura.
ROMBERG (1795-1897) enumera un aura psíquica, sensorial, sensitiva y motora.
REYNOLS (1828-1896) conserva el nombre galénico de epilepsia idiopática, es decir, que nace en el mismo cerebro pero transforma el contenido, refiriéndose a partir de entonces a aquella epilepsia de causa desconocida (igualmente utilizado en la actualidad) en contraposición con la epilepsia sintomática, cuya enfermedad básica ya se reconoce (las antiguas epilepsias: plethorica, poliposa, humoralis, scorbutica, syphilitica y uterina, entre otras).
El siglo XIX se caracteriza por el intento de paliar la enfermedad con centenares de procedimientos, la mayoría empíricos, y la constancia crítica de la inutilidad de la mayoría de ellos. Los entusiasmos iniciales con elementos, como el cinc o la plata, se atenúan cuando se descubren los mortales efectos secundarios en algunos casos (argirismo).
Se utilizan las sangrías, los catárticos, los baños, la cauterización, las escarificaciones, las amputaciones (en el lugar del aura), las divisiones de nervios y multitud de fármacos. Se recomienda la trepanación.
SELADE (médico belga) exponía desnudos a los enfermos al frío más extremo durante 1 hora al día para que sanasen (el tratamiento se realizaba durante el invierno).
En 1958 encontramos publicaciones donde la epilepsia es definida como: “Enfermedad que se caracteriza por convulsiones y desórdenes mentales (…). Otras veces aparecen los llamados “equivalentes del ataque” y que se traducen, generalmente, por desórdenes mentales. Éstos adoptan unas veces los llamados estados crepusculares epilépticos que consisten en confusión mental, desorientación y actos impulsivos como: el incendio, el robo, el homicidio y el exhibicionismo genital.
El delirio epiléptico corresponde a una excitación maníaca intensa con alucinaciones sensoriales y actos que revelan el más espantoso furor, matándose o mutilándose el propio enfermo y destrozando cuanto se encuentra a su alcance”.
De especial interés han sido aquellas crisis parciales de contenido afectivo positivo denominadas crisis extáticas o de Dostoievski en honor a la extraordinaria descripción que el escritor hizo de éstas y que sufrió o “gozó” como aura de una crisis generalizada.
A partir de entonces se han indagado crisis similares en ilustres personajes históricos, como Pablo de Tarso, Juana de Arco y en nuestro país, Teresa de Jesús. La publicación de este caso provocó rechazo de las autoridades civiles y religiosas de Ávila, y una influyente organización político-religiosa impidió la divulgación de la edición.
Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, también padecía episodios extáticos similares.
Actualmente está confirmado que muchos personajes ilustres padecieron epilepia, mencionando a título anecdótico a Alejandro Magno, Julio César, Pedro I de Rusia, Napoleon y Lord Byron.
Sucesivas Comisiones de Terminología de la Liga Internacional contra la Epilepsia propusieron las clasificaciones de las crisis epilépticas admitidas en la actualidad -la última en 1989-, todavía insatisfactoria e incompleta, por lo que está siendo revisada para su modificación en los próximos años.